Buscar

25 marzo 2011

EL SUICIDIO DE UN SER QUERIDO

VIVIR EN LA PERDIDA

¡Yo he vivido dos y media! Y es la primera vez en mi vida que hablo por escrito de ello y por ellos. Hace tiempo que quería hacerlo… y empecé el borrador hace un mes. Al final se ha convertido en este largo artículo… más, que la vida de algunas personas. Si quieres lo lees.

La mayoría de los suicidios tienen lugar durante una crisis depresiva. El suicida siente un dolor emocional que se le hace insoportable, se siente desesperado, piensa que nada cambiará en el futuro, que no puede contar con nadie que le dé su apoyo y no ve más salida a su sufrimiento que la muerte. Sin embargo, estas personas no quieren dejar de vivir; lo que verdaderamente quieren es dejar de sufrir, pero su estado mental depresivo les impide pensar en otras soluciones, estando su pensamiento centrado en los aspectos negativos de su vida, sin ser capaces de tener en cuenta los positivos. Esta memoria selectiva es un síntoma de la depresión, no de quienes son ellos.

El suicidio no se elige; sucede cuando el dolor es mayor que los recursos para afrontarlo. A lo largo de nuestra vida aprendemos diversas formas de solucionar los problemas. Algunas personas tienen más recursos de afrontamiento que otras.


La muerte por suicidio deja tras de sí muchas preguntas: ¿por qué lo hizo? ¿Podíamos haberlo evitado? ... Por más que lo intentas, no consigues entender las razones que le llevaron a quitarse la vida. Procura no atormentarte demasiado buscando el porqué, y con el tiempo algunas respuestas irán saliendo a la luz.

Es frecuente también un sentimiento de vergüenza, que lleva a no querer hablar de las circunstancias de la muerte. Algunas personas necesitan mucho tiempo solamente para pronunciar la palabra suicidio. Seguramente te invade también un sentimiento de culpabilidad. Te puedes sentir mal por algo que dijiste o hiciste. La sensación de culpa es algo perfectamente normal después de una muerte de estas características. Uno se reprocha el no haberse dado cuenta de lo mal que estaba... y suele quedar una fuerte sensación de no haber sabido cuidarle. Piensa que con el tiempo, pasarás simplemente a lamentar algunas cosas del pasado, y que llegará el día, en que sólo quede un sentimiento de impotencia ante la muerte.

Después del suicidio de un ser querido, puede ser natural sentir mucha rabia y enfado hacia la persona que te abandonó (¡Cómo has podido hacerme esto!), hacia Dios que no hizo nada por impedirlo, y hacia todos los que han podido contribuir directa o indirectamente en la realización de esta acción desesperada. La rabia es un sentimiento pasajero, y como tal, irá disminuyendo. Mientras tanto, busca formas positivas de canalizar tu cólera, sin autocastigarte y sin herir inútilmente a otras personas.

Si tu ser querido era una persona depresiva o había realizado varios intentos de suicidio es muy natural que se den a un mismo tiempo sentimientos aparentemente contradictorios: por un lado una gran tristeza por su pérdida, pero también un gran alivio porque todo ha terminado; ya no habrá que preocuparse más porque lo peor, lo más temido ya ha pasado. Convivir durante años con una persona que sufre así es muy doloroso para todos.

Recuerda que no pudiste elegir por él o por ella, y que la decisión del suicidio fue enteramente suya. Acepta también que a pesar de lo que hayas podido decirle, tus palabras no han tenido nada que ver con su decisión.

A medida que la tormenta de emociones vaya calmándose, surgirá poco a poco la aceptación. Date tiempo para llegar allí, un duelo por suicidio necesita más tiempo para sanar. Se paciente contigo mismo y verás el día que aceptes su elección.

El sufrimiento puede enseñar a dar un nuevo sentido a la vida, a cambiar tus valores y tus prioridades. Quizás ahora te parezca imposible, pero irás encontrándote mejor, serás capaz de perdonar, y llegara un día en que podrás decir que la vida continua y que te sientes feliz por estar vivo.

En duelo después de un suicidio.

Como seres humanos nos cuesta aceptar que somos mortales, y cada vez que la muerte nos golpea, parece como si fuera la primera vez.

Cada duelo es único. No hay jerarquías en el mundo del dolor. Cada uno vive su duelo a su manera.

El proceso dependerá de las relaciones afectivas previas con el difunto, de las circunstancias de la muerte y de la forma de ser del que se queda. Dependiendo de cada caso, el “trabajo de duelo” que es necesario realizar será más o menos difícil, más o menos largo.


Cuando se trata de un suicidio, se ponen en juego determinadas circunstancias que pueden llevar a la persona en duelo hacia dificultades particulares. La muerte parece que ha hecho trampa: se ha llevado a alguien a quien todavía no le había llegado la hora. Se trata de una muerte para la cual uno generalmente no se ha podido preparar, y en la que el propio fallecido es el autor. El suicidio se vive como una trasgresión de las leyes naturales, una trasgresión estigmatizada desde antiguo por la sociedad, las leyes y las religiones.

La persona en duelo se va a ver inmersa en una situación especialmente agotadora. Agotadora porque no comprende, porque duda incluso que haya podido ser así, porque se rebela contra Dios o contra el destino, contra el hecho mismo del suicidio. Agotadora porque se siente culpable “si lo hubiera sabido, si me hubiera dando cuenta, si…si…si…”. Se puede sentir también asediada en cualquier momento por las imágenes traumáticas de la muerte. Quizás no encuentre tampoco en su entorno la ayuda que hubiera recibido de tratarse de una muerte por accidente o enfermedad.

El suicidio de un ser querido provoca un estado de shock emocional, especialmente si no existía ningún indicio de que pudiera ocurrir. Este estado puede durar horas, días, incluso más tiempo.

Todos dicen: “Es como si me hubiera caído el mundo encima, como si el mundo se hubiera parado. Me siento como anestesiado, como si esto no me estuviera pasando a mí”. No es posible por el momento asimilar todo el dolor, toda la carga de emociones.

Esta muerte tan repentina, tan dramática, tan violenta sumerge durante un tiempo en un estado de intensa perturbación a todas las personas cercanas al fallecido.

El suicidio es vivido como un autentico seísmo. Pero pasado esos primeros momentos, estas reacciones perfectamente naturales y compresibles, darán paso al trabajo de duelo, un tiempo largo y doloroso, pero también necesario.

¿Tenía derecho a suicidarse?

Es imposible la respuesta a esa pregunta… por lo menos, mientras estemos con vida.

Nadie comprende lo que ha pasado. Todo suicidio tiene su parte de misterio. Para comprender a la persona que se ha suicidado tendríamos que ser ella. Y ni siquiera en ese caso, ya que ni ella misma sería seguramente consciente de la causa profunda, incluso secreta de su sufrimiento.

Todo lo que podemos decir es que se ha suicidado porque estaba en un estado de sufrimiento tal que la vida se había vuelto intolerable.

Para poner fin al sufrimiento, para que éste cesara, no encontró otra solución que quitarse la vida.
Querer comprender más allá, solo sirve para torturarse, es hacerse preguntas que corren el riesgo de no encontrar jamás una respuesta. La crisis suicida puede tener varios significados; obedece a varias causas, es evolutiva y se vive en lo más íntimo de la persona.

Admitir que la persona que se ha suicidado se ha llevado con ella su parte del misterio, y que más que juzgarla, se trata de esforzarse en aceptar que no podremos nunca comprenderlo todo.

Poder mantener hacia ella nuestro aprecio y nuestro amor es superar ya una etapa, y es una señal de que el duelo evoluciona adecuadamente. De lo contrario, se tendrán infinitos deseos de reunirnos con él, en caso de suicidio esto es particularmente cierto.

La persona en duelo está en un estado de gran sufrimiento. El que ha muerto nos ha indicado con su conducta que existe una “puerta de salida” a la angustia. Nos ha mostrado de alguna manera un ejemplo, al que podemos estar tentados seguir.

Aguijón de escorpión.

Es frecuente encontrar en uno mismo semejanzas con la persona fallecida; tenemos tendencia a identificarnos con ella: “nos parecemos tanto”. Hemos podido estar tan unidos a esa persona, que pensamos que no podremos vivir sin ella. Estos sentimientos suelen ser un terreno abonado para que crezcan en nosotros ideas suicidas.

Estos deseos no tienen nada de excepcional. No tienen que asustarnos.

Suele ser habitualmente una fase temporal dentro del camino del duelo que irá cediendo poco a poco con el paso del tiempo.

Después de un suicidio no nos identificamos solamente con aspectos negativos de la persona fallecida, podemos también hacer nuestros ciertos rasgos físicos y/o cualidades morales del que ya no está. Es una de tantas maneras de conservar los recuerdos y prolongar la historia de la familia.

No puedo creerlo. “¡No, no es verdad, no, no es posible!”. La primera actitud ante la muerte es el rechazo. Esta es una reacción universal y normal.

¿Podemos aceptar el suicidio? ¿Cómo no vamos a rechazarlo con todas nuestras fuerzas? Hasta muchos años después, en determinados momentos, nos puede resultar todavía difícil de creer: “¿no habrá sido solamente una pesadilla?”.

Pero por otro lado, es imposible negar la terrible realidad. En algunas personas, el rechazo de la realidad del suicidio no cede con el tiempo, se agrava y puede llegar a convertirse en un estado de negación permanente. El trabajo de duelo se bloquea y puede aparecer una depresión prolongada y otras complicaciones. El rechazo y la negación hay que respetarlos entendiéndolos como signos de un gran sufrimiento. Normalmente van cediendo con el paso del tiempo.

Siento mucha rabia. El suicidio provoca rabia. Es normal sentirse enfadado, enfadado con el destino “es injusto morir así”, enfado hacia todos aquellos que consideramos de alguna manera responsables, enfado hacia la sociedad, a veces hacia Dios “¿cómo ha podido permitir semejante tragedia?”.


La rabia y el enfado pueden dirigirse también hacia el propio fallecido. El suicidio puede vivirse como una traición, como una falta de amor, como una falta de responsabilidad, como una debilidad: “Cómo ha podido hacer esto”.

La rabia es una reacción habitual en el duelo después de un suicidio. Si no nos permitimos vivir hasta el final este sentimiento cuando aparece, corremos el riesgo de que surja de nuevo más adelante complicando el duelo.

La rabia suele aparecer mezclada con otros sentimientos como la pena, el amor, el apego. Por eso la persona en duelo suele buscar la manera de reprimirla, de taparla, al considerarla “inadecuada”, cuando en realidad es una emoción normal y en absoluto reprochable.

Cualquier duelo importante y especialmente después de un suicidio, puede menoscabar nuestra confianza en la vida y en el futuro: ¡ahora puede pasar cualquier cosa!. Con cada dificultad que aparece, la persona en duelo suele tender a esperar lo peor. Con el paso del tiempo este miedo a vivir se va atenuando.

Siento vergüenza. Aunque casi todas las religiones reprueban el hecho del suicidio, ya no condenan como antes a la persona que se suicida. En otro tiempo, quitarse la vida era considerado una trasgresión de las leyes sociales y religiosas. Desde los orígenes de la humanidad el suicidio ha sido considerado como una mala muerte, creándose distintos rituales de purificación para el grupo social. En la Iglesia Católica, los funerales para personas que se habían suicidado están admitidos desde 1963.

Todo esto muestra que existe un halo de vergüenza que rodea al hecho del suicidio. Esto puede contribuir a que la familia, en un entorno muy conmocionado por esta muerte, no encuentre todo el apoyo que hubiera podido necesitar. Es más, hoy todavía se oculta ante el resto de los familiares, amigos y sociedad en general.

“Me siento culpable de no haberme dado cuenta, de no haber sido capaz de percibir alguna señal de alarma, de no haber estado presente en el momento oportuno…” Los sentimientos de culpabilidad suelen ocupar una gran parte de las vivencias de cualquier persona en duelo. Son más intensas cuando se trata de una muerte por suicidio, y todavía más intensas si cabe cuando se trata de una persona joven.

Es frecuente dejar de lado todos los buenos recuerdos, así como todo lo que hemos hecho de bueno y positivo por esa persona. Es perfectamente natural, que no se nos pase por la cabeza la posibilidad del suicidio cuando una persona cercana está pasando por un mal momento, y menos todavía si no lo menciona para nada.

Solo a posteriori podremos encontrar sentido o explicación a palabras y comportamientos de la persona fallecida, que de ninguna manera hubieran podido ser interpretados de la misma manera en aquel momento.

Ha dejado de sufrir. A menudo el suicidio ocurre después de un tiempo, a veces muy largo y agotador, de dificultades de todo tipo, tanto para la persona que se suicida como para su familia y allegados. Otras veces el suicidio ocurre de manera brutal e imprevista, haciendo el duelo especialmente difícil.
El suicidio de una persona depresiva, a menudo después de varias tentativas más o menos graves, es una experiencia muy dolorosa y desgarradora, pero que suele acompañarse también de un sentimiento de al menos ahora ya no sufre más, que ya ha descansado.

Todos los que han vivido y sufrido con él y por él tanto dolor, experimentan también un sentimiento de alivio con la muerte. Es un sentimiento generalmente difícil de aceptar en su propio corazón, y especialmente difícil de expresar delante de otros. Este sentimiento de alivio puede aumentar también la culpabilidad.

Es normal sentir alivio después de cualquier experiencia difícil. Eso no significa un menosprecio a la persona fallecida, simplemente deja constancia de que lo vivido ha sido especialmente duro.

¿Cuánto sufre? ¿Qué se dice?
“Este sufrimiento es tan intenso, tan profundo. Sufre mi cuerpo, mi corazón, mi alma, todo mi ser sufre. Es natural que me duela, le quería tanto”.

“Me siento vacío, agotado, todo se me hace un mundo; cualquier cosa me exige un esfuerzo para en que no tengo fuerzas. No tengo apetito, no consigo dormir bien…”

Este dolor tan intenso, aunque es normal, resulta muy duro de llevar en el día a día.

Este cansancio y esta sensación de agotamiento se suman al propio sufrimiento por el dolor de la pérdida y constituyen lo que se llaman síntomas depresivos del duelo. En todo duelo importante hay que atravesar por esta fase depresiva. Esta suele ser más intensa y prolongada después de una muerte por suicidio.

“Físicamente me encuentro cada día peor y no encuentro sentido a mi vida”. En esta situación no es raro descuidar la propia salud, enfermarse con más facilidad, incluso tener ideas negras.

Guardarse todo para uno no es la mejor solución en estos momentos. Desahógate, llora, grita … Deja que las emocionen salgan, no las pares, que digan lo que tiene que decir, déjalas salir hasta que te vaya pudiendo el cansancio, descansa entonces.

Al luchar contra el sufrimiento solo consigues aumentarlo y prolongarlo. Es mejor no resistirse al dolor, abandonarse a él.
Nadie puede comprenderme.

Después del suicidio de un ser querido un doloroso sentimiento de soledad se puede ir apoderando poco a poco de nosotros. Los más cercanos tienen tendencia a replegarse sobre ellos mismos y a vivir la enorme pena que sienten en familia, desligándose sin darse cuenta de la vida social que llevaban hasta entonces.

Otros familiares, los amigos, los vecinos no saben muy bien qué hacer, qué decir.

Sin embargo suele ser reconfortante encontrar personas que te demuestran su preocupación y su deseo de ayudarte sin ni siquiera habérselo pedido. Hasta parece que esas ocasiones todo sea más fácil. La mayoría de las veces las personas quieren ayudar pero no saben cómo. No se atreven, tienen miedo de herirte, y terminan muchas veces por no hacer ni decir nada.

El suicidio es una forma de violencia.

El suicidio es una violencia extrema, ya que incluye a sujeto pasivo y activo. La persona que se suicida ejerce sobre sí misma una violencia que destruye su cuerpo, maltratando su imagen, su identidad. Inconscientemente ejerce también violencia en las personas que ama, infringiéndoles una herida profunda e imborrable. ¿Y al alma, que daño le hace?.

Tenemos que vivir con esta violencia que parece se haya quedado grabada en nosotros. Si hemos encontrado el cuerpo, y especialmente si este estaba lesionado o desfigurado, nos pueden asaltar imágenes traumáticas. Estas imágenes pueden aparecer también aunque solamente nos hayan relatado lo sucedido.

Estas imágenes, que pueden aparecer igualmente en los sueños, constituyen a veces un obstáculo en la evolución del duelo. Cada vez que pensamos en la persona que se ha suicidado estas imágenes irrumpen en nuestro pensamiento y en nuestro corazón. Solamente con el paso del tiempo, y si hemos podido hablar de ello, otros pensamientos y recuerdos más felices irán sustituyendo a éstos.

Es necesario llegar a poner palabras a estas imágenes traumáticas y si es posible expresarlas a una persona de confianza para poder avanzar adecuadamente por el camino del duelo.

¿Para qué una investigación si todos sabemos que se ha suicidado?

En este tipo de muertes el juez suele ordenar una investigación. Esto podemos vivirlo como un dolor añadido. Yo lo viví durante cinco largos días…

Esta investigación permite saber con certeza las causas de la muerte, precisar las circunstancias que la rodearon y eliminar otras posibles hipótesis. En las semanas siguientes pueden surgir muchas preguntas, a veces incluso de manera obsesiva. Le damos vueltas a lo que pasó justo antes de la muerte y nos pueden asaltar las dudas. El resultado de la propia investigación suele disiparlas.

El cuerpo de su ser querido tiene que ser trasladado a un servicio de medicina forense para que se le realice un examen o una autopsia. El cualquiera de los dos casos se trata de un examen médico donde prima siempre el máximo respeto al cuerpo de la persona fallecida. Estos exámenes son también necesarios para confirmar las causas de la muerte y permiten asimismo apreciar la existencia de posibles enfermedades.

Hablar de ello, ¿te sirve? ¿con quien?
La actitud más natural sería hablar primero con la propia familia, con aquellos que sentimos más cercanos. A veces esto no es posible, bien porque existen tensiones o conflictos anteriores, o bien porque cada uno busca de alguna manera con su silencio proteger a los demás.

Podemos hablar entonces con un amigo de confianza, alguien que pensemos que pueda escucharnos con interés y delicadeza, sin juzgarnos ni a nosotros por lo que decimos y sentimos, ni tampoco a la persona fallecida.

Podemos también hablar con un profesional de confianza. El nos escuchará y podrá orientarnos, si es necesario, hacia algún especialista. También podemos hablar con un guía espiritual.

Por último, podemos hablar unidireccionalmente… por ejemplo, escribiendo este artículo.

¡Dedicado, sobre todo, a mi ángel de la guarda!
Por algo me elegiste.
Uff!

1 comentario:

ROx dijo...

Escribir es una maravillosa forma catártica de de acomodar el proceso de cualquier experiencia que ha sacudido las entrañas de nuestra existencia...si lo sabré yo!

Gracias por compartirnos este pasaje de tu vida, gracias por hacernos parte de él, porque bien es cierto que la "muerte ajena" es un espejo aleccionador de la "muerte propia"...

Y nunca he vivido la muerte de un ser querido por suicidio, pero an algunos momentos críticos de mi vida llegó a mi mente y a mi corazón el deseo de quitarme la vida. Incluso de adolescente a la hora de ir a la cama, pedí en una oración improvisada que así como cerraba los ojos no los abriera de nuevo por la mañana, y en mi ingenuidad quería vivir un suicidio sin dolor! já

Ahora te leo y me resuena fuerte esas partes donde dices..."estas personas no quieren dejar de vivir, lo que verdaderamente quieren es dejar de sufrir"..."el suicidio sucede cuando es mayor el dolor que los recursos para afrontarlo"...
Y tal vez sea que ya es momento de co crear una cultura de placer para sopesar tanta cultura de sufrimiento, porque como dice el sabio Dr. Zubiría (fundador de la Asociación Mexicana de Tanatología en México), "el dolor es inevitable, mientras que el sufrimiento es una elección"...
Creo que nos podríamos ahorrar el sufirimiento si abandonáramos ese afán cultural por celebrar y memorar el dolor...y aquí es donde se pone interesante la habilidad del ser humano para crear recursos y alternativas a través de la creatividad y la conciencia!!!
Algo así como un proceso de innovación existencial!!!
Así lo evidenció Victor Frankl (psicoterapeuta austríaco fundador de la Logoterapia) cuando estaba recluído en un campo de concentración, dándose cuenta que "Si no está en tus manos cambiar una situación que te produce dolor, siempre podrás escoger la actitud con la que afrontes ese sufrimiento"...
Y ahí...siempre estará el libre albedrío pleno de alternativas!!!

Abrazos primaverales!!!
=)

Publicar un comentario